El bien mas caro.

Ya se están yendo. Nos estamos yendo.

Teníamos la esperanza de hacer incontables cosas, y mucho bien. Éramos líricos. Lo supimos después, cuando aprendimos la Argentina. Y hubo momentos en nuestra vida que imaginamos que era grande lo que podíamos contribuir metiéndonos en política. Era el camino, y resultamos épicos, descomunalmente idealistas. Aun así, la política sigue siendo la herramienta. Pero abandonamos, no por prejuicios sino cuando entendimos de qué se trataba. Sobre todo, cuando un día descubrimos que no era para nosotros esa manera de hacer política en este lugar. Acaso porque nuestro proyecto de vida incluía mayores franquezas, una honestidad mínima, siendo conscientes que trabajar en política nunca es fácil, y que no solo se trataba de una competencia viva, ambiciosa, y mortal cuando los poderes pueden dejarte sin nada, sino por nuestra incapacidad en nuestra cuota de inescrupulosidad. Construimos nuestros caminos entonces acercándonos lo más posible a los crecimientos ciudadanos.

Siempre pretendimos lo mejor para ellos. Es difícil hoy explicarles las razones acerca de por qué no logramos más en nuestras ambiciones y en nuestros bienes siempre que fueran obtenidos con decencia. Y más difícil resultó no trasladarles esa cuota importante de frustración con la que todos aquí convivimos a diario aunque la escondamos. Evitárselas. Y así, casi sin notarlo, llegamos a los cincuenta. Hoy los vemos y no queremos que les suceda lo mismo. Cuando uno de ellos pregunta, es difícil responderle, decirle por qué Argentina en cincuenta años ha dejado más decepciones que logros. Más fracasos que deseos. Transmitir cada emoción, por difícil que sea, incluido nuestro aprendizaje, es dificultoso. Recordar la injusticia que hay para no perdonar lo que no se debe perdonar, y desde allí continuar disparados a cada cambio posible. Crecer sin resentimientos y sin envidia, evitando las enfermedades del alma. Es arduo expresarles los motivos que han impedido momentos de mayor felicidad, o el esfuerzo que significó no llevar las amarguras de la calle al comedor de nuestra casa mientras ellos crecían. Hoy, que ya han decidido una profesión cada uno, comienzan a vislumbrar los primeros tropiezos. Y no está mal que crezcan superando obstáculos, lo que no está bien es que muchas cosas no resueltas en este país se los impida. Una cosa es la vida, otra los políticos, otra todo aquello que no pudieron solucionar nuestros padres. Nosotros tampoco. Nos estamos yendo por dos motivos; A los cincuenta uno cuida el combustible de las venas, y hasta piensa en habitar definitivamente algún lugar alejado de la ciudad, donde se des-vive tres horas diarias arriba de un auto, cuatro horas en reuniones, dos en el programa y otras cuatro en la oficina para tener cada día menos. Para mantener lo construido. Nos estamos olvidando de nosotros mismos. Nos enseñaron a la práctica del olvido propio. Y quien se olvida de sí, no puede pensar bien en el otro. Cuesta sentarse con la contadora para que trabajando, debas cada día más. Uno añora cierta calma, y lugares más abiertos donde la vida comience a confundirse con otras cosas más imprescindibles. Aprender a vivir con mucho menos por afuera, con mucho mas por adentro.

Y nos estamos yendo porque uno suma y resta y ve que hacia adelante los años se achican. Ya no habrá una buena jubilación. Fue cuando la burocracia decidió sobre las libertades. Y no hay ahorros, se han gastado en eso que llamamos vivir. Uno tiene esperanzas de cambios que aquí, con cincuenta, no van a llegar. La visión discepoliana se pone en el bolsillo de la camisa los discursos de cantos de sirenas actuales. No aflojar no significa permitirnos la quimera, la mentira, los disfraces, ser cómplices.

Por eso uno se esta yendo.

Y se están yendo ellos. De nosotros, porque han tenido la libertad de elegir, y esa ha sido una de las pocas cosas que han salido bien de esta vida. Vernos menos, no significa que no estemos juntos. Se trata de nosotros, y de nuestros hijos. Esas cosas que la política no advierte ni propone, y que utiliza desmesuradamente. Muchos, hemos decidió que los bienes intangibles son lo más caro; La decencia en este país, es lo que más cuesta. Y la honestidad no tiene precio.

Somos La Quinta Pata.

YAYO HOURMILOUGUE.

 

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Autor entrada: Editor

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