José Santiago Barrabás llegó hasta la pared del callejón y hurgueteó entre los residuos de comida, detrás del restaurante. Comió con sus manos ahí nomás. Luego se limpió con los primeros papeles del diario desordenado que tuvo a su alcance, y regresó a la avenida comercial. Por una atardecida calle Corrientes, se levantó las solapas del viejo saco, y avanzó hacia la zona de Puerto Madero.
A unas 20 cuadras de allí, otro hombre estaba de pie observando por el ventanal la curvatura de agua y continente, sus ojos puestos justo donde del Río de La Plata venía de serpentear su paso entre un verde colosal, en la unión de los dos países. Miró sus manos. Veintiún siglos y las cicatrices estaban allí, en sus palmas. Escuchó que golpeaban la puerta. “Pase” dijo. La voz de una mujer irrumpió en el espacio alfombrado y minimalista. “Señor, ya está el coche abajo, esperándolo”. Él no respondió de inmediato. Hizo otra pregunta; “¿Ya entregaron al Personal lo que dispuse para este fin de semana largo?”. “Sí Señor, ya fue entregado”. “Bien- ordenó sin darse vuelta- retírese y descanse Adela, Limpieza y Seguridad cerraran las oficinas”. “Gracias Señor, páselo bien Usted también”.
Se escuchó la puerta al cerrarse. El hombre ahora, permaneció con sus manos detrás, observando el movimiento allí abajo. Ciclistas, vehículos que pasaban buscando las salidas hacia diferentes lugares. Mujeres trotando. Y un río de oleaje serpenteado y amarronado, sobre el que no había actividad, salvo por dos veleros, y un catamarán que desde Retiro buscaba Uruguay. Descolgó el saco del perchero y se lo puso mecánicamente. Volvió con su mirada al ventanal desde aquel Piso 21.
No notaba el tiempo transcurrido, pero pesaba. Y hasta sabía cuánto le quedaba de vida para volver a regresar. No había querido usar ninguna sotana en cientos de años. Y no se equivocó. Tuvo que renunciar a lo que él mismo se juró. “El mundo cambió- se dijo- las personas no”. Lo que no pudo desde la pobreza lo intentaría desde otras posiciones. Ahora sabía que el Poder siempre era un Grupo, y que ni siquiera los Presidentes del mundo tenían importancia alguna. Aquellas manifestaciones de “ochlos”, hoy eran similares, más desesperantes, más numerosas, repetidas una y otra vez en cada país. Y aquellos “denarios”, que ya valían más de lo que pesaban en plata por entonces, hoy dominaban cada conciencia. Lo mortificaba regresar a lo mismo en las últimas horas, y sobre todo en aquellas fechas; el haber aceptado el negocio del petróleo, y el trasfondo real de venta de armas, para volcar esas ganancias a instituciones necesitadas en el resto del mundo. Era la única manera de llegar a chicos desnutridos. Ironías humanas que se agravaban.
Miró la oficina para no olvidar nada hasta el martes. Recogió su móvil. Vio la llamada perdida de su mujer, María Magdalena. Cuando atravesó el pasillo, el Jefe de Mantenimiento agradeció los obsequios. Bajó por el ascensor. En el Loft Central lo saludaron las últimas empleadas. Salió a la vereda y le abrieron la puerta del primer auto mientras otros individuos rápidamente subían a un segundo vehículo, en medio de una noche que comenzaba a iluminarse artificialmente.
No vio al hombre que se acercaba a pocos metros. Pero no bien el auto arrancó, “lo sintió”. Giró sin pedir que se detuvieran, justo en el momento en que el hombre, vestido con un saco raído y las solapas levantadas también lo hacía. Las miradas se cruzaron apenas un segundo. Jesús pensó que el hombre regresaría y que no faltaría mucho “Tal vez, días”, dependiendo de los ciclos universales de espacio, tierra y tiempo. José Santiago Barrabás miró el auto negro de alta gama hasta que se perdió con la escolta en una esquina próxima.
Luego observó la entrada del edificio, y no evitó seguir la construcción hacia arriba, hasta donde parecía hundirse en el cielo. Volvería a verlo, se trataba de días o meses. Acaso, no bien terminaran estas Pascuas, durante ellas, o después, que más daba el tiempo. La policía lo buscaba por sus crímenes. Ya estaba cansado de matar. Si lo capturaban, pediría por él ahora que sabía dónde estaba. «Intentar cambiar la historia una vez más, no importando a que costo», pensó.
Tras tantas tentativas, vida tras vida, el problema humano seguía siendo el mismo, pese a Jesús, a sus propias intensiones. “Los Poncio Pilatos – se dijo-, siguen existiendo”.
YH-29-03-18