Opinión: Amigo.

 

Me contaba que cuando lustraba zapatos en Lobos, una vez un paisano adinerado no le pagó, y le pateó el cajoncito que el construyó con nueve años de edad. Así empezó mi amigo, hace mucho, a aprender de las cosas que no entendía. Decía que el país crecía si todos trabajábamos. Y lo practicó siempre con suertes parciales. La suerte, en caso que llegue, nunca tiene otras formas. Era amigo porque después de la risa o después de cada llanto, no tardaba en buscar el abrazo, o en dejarse abrazar. Y porque uno, no quería irse de ahí, gozaba cada charla, y hasta cada discusión. Recuerdo que me llevaba los mates a la cama en las madrugadas frías, y que yo me levantaba cuando iba siendo tiempo, y adivinaba que venía el mate con sal, mientras él lo disfrutaba.

No seguía de largo en una esquina sin dejar una moneda a quien lo necesitara, eran otros tiempos.  Cuando pasaban días que no lo veía, yo lo buscaba. Él siempre me estaba esperando. Ya grande, ponía en la mesa lo mejor que tenía, nadie se iba de su casa sin compartir algo. Un día que encendía el fuego para limpiar la parrilla, me mostró la madera verde entre las llamas, echando sabia. Después puso un hierro oxidado. ¿Ves?, dijo. “Todo traspira, todo sangra”.

“Este país”, repetía, “necesita de buena gente, en lugares a donde la gente buena no llega, y necesita de buena gente con huevos”. Mi amigo no pudo terminar la primaria, y logró con años, que nada le faltara a quienes amaba. Hasta que llegó Celestino Rodríguez. Perdió todo “Eso me pasó porque vendí justo, y porque me faltan libros”, y después de meses, empezó de nuevo. Lo recuerdo con una canasta, vendiendo flores en la calle. Temí por un tiempo que mi amigo se suicidara, pero no, quiso más que nunca la vida. En algunos años, tenía el reparto de flores más importante desde el mercado central hasta Santa Fe. Aprendió a cultivar Gladiolos, a saber que a los Crisantemos ya cortados no se les debe mojar la flor porque se marchitan, de la infinidad de Claveles en cada cruce por gajos, del Caspeado, del Desiré, del Mancha, de las Orquídeas y su envasado, y de variedades para las que aquí no había mercado alguno. Pero llegó la Dictadura, y después fue Alfonsín, mas tarde el Menemismo, finalmente la Alianza, y con los años, terminó con un camioncito levantando escombros de la calle, para ver donde lo vendía. Nació un 9 de julio, una ley lo exceptuaba del servicio militar obligatorio, pero se presentó y lo hizo. Dos años en Zapala. Había quedado enamorado de la nieve.

“Vos tenés que llegar lejos Carlitos” me decía. “No sé si podré hacer plata” le respondí un día. “No, no”, dijo, “¿qué plata? Llegar lejos no es tener plata, es entender donde estas, saber, saber”.

El día que le dijeron que su cáncer era terminal y que le quedaban días, lo encontramos sentado en la cama del hospital, con las chinelas puestas y el piyama nuevo. Miraba el ventanal abierto que daba a la calle. Nos hizo un gesto sin mirarnos, con sus manos por delante, con las palmas abiertas, deteniéndonos. Fue la única vez que no quiso el abrazo. “Llevame para casa, sacame de acá, a ésta la tengo que seguir solo”.  Calvo, por la quimioterapia, hizo dos fiestas antes de irse, con todos los amigos del club y del barrio. Volvió a internarse la semana final, para pedirme el último día que volviera a regresarlo a su casa. Ese viaje no podré olvidarlo, la manera en que él miraba cada cosa mientras viajábamos.

La caravana de acompañamiento nos sorprendió a todos,  no sabíamos dónde ubicar tanta gente, decenas de autos, cientos de personas. Delante del coche fúnebre, iba un Dodge 1500 con grandes parlantes sobre el techo, haciendo sonar permanentemente la Cumparcita. La gente en las calles se detenía, miraba, y aplaudía. Mi Amigo, lo había querido así. El viaje hasta la Costa fue largo y uno quería que no terminara. Llevaba sus cenizas en mi auto, y fueron muchos quienes nos siguieron hasta Mar de Ajó. En el muelle, como lo decidió, cada uno tomó algo de él. Y allí se fue con el viento. Quedó sobre el mar, para siempre.

Han pasado algunos años. A mis hijos los trato como padre, pero se me escapa de cuando en cuando el buen amigo. Que la paternidad me perdone.

A mi mejor Amigo, siempre lo llamé Viejo. Y a él le gustaba. Ahora sé que internalizado, lo mejor que uno vive, lo tiene consigo para siempre.

No hay plata, que pueda comprarnos. Feliz Día, Viejo.

Yayo Hourmilougue.

La 5PATA

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Autor entrada: Editor

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