Comunicar desde el cuerpo: la inteligencia somática del discurso-

Respiración, mirada y postura activan confianza o alerta antes de cualquier palabra. El lenguaje no verbal y el sistema nervioso se vuelven aliados centrales para lograr una comunicación verdadera

Carina Onorato

Antes de decir una palabra, el cuerpo ya habló. La forma en que respiramos, la dirección de la mirada, la tensión del rostro o la cadencia del movimiento transmiten información que el otro percibe antes de poder analizarla. La comunicación no comienza en la lengua, sino en el sistema nervioso. Por eso, comprender la inteligencia somática del discurso no es un recurso escénico: es una competencia fundamental del liderazgo y del mentoring contemporáneo.

Durante décadas, la formación en comunicación se centró en el contenido y la estructura del mensaje. La palabra era el vehículo exclusivo del sentido. Sin embargo, los avances en neurociencia afectiva y psicología corporal demostraron que la comunicación humana se organiza desde circuitos más primarios: los del cuerpo que siente y responde.


El psicofisiólogo Stephen Porges, a través de su teoría polivagal, introdujo un marco revelador: el sistema nervioso autónomo no solo regula la supervivencia, también modula la conexión social. La forma en que respiramos, movemos la cabeza o modulamos la voz activa señales de seguridad o de amenaza en el otro. Así, la credibilidad no se transmite: se habita, se encarna.

Esta comprensión redefine el acto de comunicar. La presencia física se convierte en una forma de lenguaje previo, un código que puede abrir o cerrar la escucha. Un cuerpo contraído, una respiración superficial o un tono monocorde informan estrés y generan distancia, aunque el discurso sea impecable. Por el contrario, un cuerpo disponible, una voz regulada y una mirada presente activan la respuesta ventral del sistema nervioso del otro, la que asocia al entorno con calma y confianza. En otras palabras, el cuerpo sintoniza antes de que la mente entienda.

Desde la perspectiva somática, la comunicación efectiva no consiste en controlar gestos, sino en regular estados. La autenticidad no se finge; se habilita cuando el cuerpo está alineado con la intención del mensaje. El mentoring, en este sentido, ofrece un espacio privilegiado para entrenar esa coherencia encarnada. El mentor que logra habitar su cuerpo como un territorio de presencia transmite seguridad sin decirlo. Su calma organiza, su atención regula, su tono enseña.

El enfoque somático propone pensar la credibilidad como arquitectura invisible: se construye desde la postura (base), la respiración (ritmo) y la energía (campo). La postura define el anclaje -si estamos disponibles o a la defensiva-; la respiración regula la apertura -si sostenemos la tensión o facilitamos la fluidez-; y la energía delimita el alcance -si expandimos o retraemos el vínculo-. Cada conversación tiene su propio pulso fisiológico; aprender a percibirlo es parte del oficio comunicacional.

En entornos híbridos o virtuales, esta dimensión corporal no desaparece: se transforma. El encuadre de la cámara, la velocidad del habla, la dirección de la mirada digital son extensiones del cuerpo físico. La presencia no se reduce a estar en pantalla, se debe estar conectado con uno mismo mientras se comunica. Las audiencias -incluso a través de píxeles- perciben la congruencia entre palabra, gesto y respiración.

La inteligencia somática del discurso es, en última instancia, la capacidad de usar el cuerpo como instrumento de sentido. No para impresionar, simplemente para habitar la palabra con autenticidad. Comunicar desde el cuerpo implica asumir que cada conversación ocurre en un sistema nervioso compartido: si el otro se siente seguro, escucha; si percibe amenaza, se cierra.

Por eso, para convertirnos en comunicadores y mentores lúcidos debemos ampliar el foco: de la mente al cuerpo, del contenido al estado. No hay discurso convincente en un cuerpo disociado. No hay storytelling potente sin respiración presente. La palabra solo vibra cuando el cuerpo la sostiene.

La comunicación más efectiva no es la que convence: es la que regula. Porque el cuerpo no miente: traduce y anticipa. Y quien logra leerlo y usarlo con conciencia, convierte cada intercambio en un acto de conexión profunda.

En un tiempo donde todo parece medirse por lo que se dice, tal vez el desafío sea volver a aprender a estar antes de hablar. Porque el cuerpo, mucho antes que el discurso, es la primera historia que contamos.

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Autor entrada: La 5 Pata

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