«La Triste Ausencia de un Osito de Peluche»
Por Roberto Anselmino
Hoy es el segundo año que no puedo regalarle nada a mis hijos en el día de la niñez. La consultora que fundé con tanto amor en 2013, ya no da para comer. Me siento impotente, atrapado en un sistema que me juzga por mi edad y no por mi capacidad.
Tengo tres hermosos hijos que dependen de mí, cada uno con sus propios desafíos:
Mi hijo de 8 años es autista y requiere atención especial, y sus nueve perros son los hacedores de su socialización y desarrollo cognitivo.
Mi hija de 12 años, tiene microcefalia y desde el viernes está internada. Sus piernitas duelen y perdieron fuerza. No puede casi caminar. Aún no hay diagnóstico pero no sabemos si podrá continuar con la práctica del Patín Artístico, donde es una genia. El patín es su gran amor y lo que más feliz la hace.
Justo hoy esperaba que fuera a visitarla con el osito de peluche que ella tanto deseaba.
Y mi hija mayor de 15 años, que tiene un gran potencial para ser una excelente bailarina clásica. Estudia desde los 3 años. Hace dos años que hago canjes como forma de pago de sus clases. Así regalo mi trabajo para que ella pueda lograr su sueño. ¿Podré comprarle sus zapatillas de baile y sus puntas para que pueda continuar y entrar al Colón?
Mi esposa no puede trabajar porque tiene que atender tiempo completo a nuestros dos hijos discapacitados y sus perros. Pero también tiene problemas de salud: fibromialgia, operada de neurinomas, Síndrome de Estres Postraumático.
No cualquiera puede «gestionar» una familia así en donde los problemas se atienden rápido y se solucionan rápido para no ahogarnos.
En cuanto a mi, que tengo gran experiencia y habilidades, me sacan del mercado simplemente por la edad. Me duele no poder hacer un trabajo que puedo hacer con los ojos cerrados y las manos atadas.
Pero no me rindo. Quiero darle a mis hijos lo mejor, un futuro próspero y feliz. Sé que son chicos y quiero asegurarles un futuro.
Por eso ofrezco mi talento, habilidad, reflejos, instinto y conocimiento para ganarme la vida y proporcionarles lo que necesitan. No quiero que el edadismo, que se practica en RRHH fundado en estúpidos prejuicios y en la plena ignorancia de cómo es nuestro trabajo, me impida lograrlo.
Es hora de que las empresas y la sociedad cambien su visión y valoren la experiencia y la sabiduría que los profesionales como yo podemos aportar. No quiero ser un número más en la estadística de desempleo. Quiero ser un ejemplo de que la edad no es un obstáculo para el éxito, sino una gran ventaja competitiva.
Así que, a todos los que están en mi misma situación, les digo: no se rindan. Luchen por sus derechos y por su futuro. Y a los que tienen el poder de contratar y emplear, les pido: den laburo a los que tienen experiencia y habilidades. No nos subestimen por nuestra edad. Somos capaces de hacer grandes cosas, como ser los mentores de las próximas generaciones o regalar un osito de peluche.