Claudio Negrete.
Conocemos a la anomia como la ausencia permanente de normas, la falta y desviación de la ley. En esto la Argentina tiene una vasta experiencia. Si bien hay consecuencias directas en el funcionamiento de la sociedad, existe una indirecta y es que cuando perdura por mucho tiempo hace olvidar a la ley misma y sus alcances.
Es decir, se borra el por qué y la razón de ser de las leyes. Algo de esto parece suceder en los últimos años con las PASO (elecciones Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias). Fue creada por Néstor Kirchner en 2009 como reacción política al inesperado triunfo de Francisco De Narváez en los comicios de medio término de la Provincia de Buenos Aires. Se trató de la primera derrota del kirchnerismo y en su mejor momento.
El Gobierno tenía entonces un apoyo monolítico del Partido Justicialista y de la CGT como única representación obrera. Todos detrás de los mejores candidatos encabezando la lista el propio Kirchner junto al gobernador Daniel Scioli. Fue un golpe inesperado para el oficialismo y ley la respuesta cuyo objetivo se puede traducir en que nunca más un empresario con una campaña de publicidad millonaria podrá arrebatarnos el poder, qué sea la gente la que decida los candidatos.
La ley dejó como consecuencia una serie de cuestiones no pensadas en su origen. Una, quizás la más importante, que las PASO permitió romper el juego de cúpulas abriendo a la sociedad el debate ideológico. La otra es que se han transformado en una gigantesca encuesta nacional con influencia determinante en la elección definitiva.
Son reiterados los intentos de manipularlas o directamente eliminarlas, situaciones que denotan una evidente sobreestimación de los propios políticos candidatos y, como contraparte, un profundo desprecio y subestimación de la gente. Molesta someter a prueba a las estructuras partidarias que monopolizan el poder en el país.
Será por eso que siempre se busca condicionar a las PASO bajo la figura de consensuar candidaturas con acuerdos de cúpula que van contra el espíritu mismo de la primaria y que es generar una competencia abierta y democrática, para que la sociedad elija a quienes considera podrán ser sus mejores representantes. Esto produce ruido público que activa inseguridades y miedos.
Pero de eso se trata precisamente, debatir pasionalmente de cara a la ciudadanía qué proponen los candidatos, el modelo de país que quieren liderar, quienes son sus aliados. Y en este juego de las diferencias la discusión pública y acalorada, la diferenciación ideológica, los antecedentes y las soluciones que ofrece los postulantes ante los graves problemas del país representan la esencia misma de las PASO.
Mucho barullo democrático, exigencia de los ciudadanos, y libertad de expresión en lugar de operaciones, murmullo y silencio que imponen las componendas hacia adentro que siempre excluyen. El límite debe ser la violencia y la descalificación personal porque el debate público no debe conducir a agresiones ni a irracionalidades.
Las PASO incomodan a la política cuando llega el momento de hacerlas cumplir ya que ponen en juego ese pequeño pedazo de poder que cada uno tiene o cree tener.
Si se quiere hacer más estable el sistema político, incluso mejorando el funcionamiento de estas primarias, los principales aspirantes al poder deberían comprometerse ahora a realizar la pendiente reforma política que implique transparentar la actividad política, tanto es sus procedimientos como en su financiamiento, poner límites a candidatos con pasados dudosos y judiciales, y terminar con los cargos hereditarios que son el origen de toda concentración de poder.
Claudio Negrete es periodista
Clarín.