La vida está cruzada de impredecibles. Conocí personalmente a Pelé en un día doloroso para él. Como ministro de Deportes de Brasil, durante la presidencia de Fernando Henrique Cardoso, había ido con su comitiva hasta la sede del Comité Olímpico Internacional (COI) en Lousanne, Suiza. Era el viernes 7 de marzo de 1997 y se había convocado al encuentro para elegir las ciudades y países que serían los elegidos para competir en la elección final de la que saldría la sede de los Juegos Olímpicos 2004 y que, finalmente, serían en Grecia. Estaba cubriendo el encuentro para la televisión argentina y la revista Noticias. Las imágenes eran únicas para todo el mundo, y hacía la crónica del evento en directo por teléfono desde la sala de prensa. En el lujoso salón de actos estaban todas las delegaciones y las autoridades del COI. Luego de una larga espera salió la primera fumata. Anuncian las nominaciones de Roma, Atenas, Estocolmo y Sudáfrica. Pero quedaba afuera América. Entonces, la conducción del COI decidió sumar uno más al grupo. La competencia fue un clásico sudamericano: Buenos Aires versus Río de Janeiro. Otra espera angustiante hasta que se anuncia la quinta ciudad: Buenos Aires. Algarabía de la delegación nacional que estaba encabezada por el jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Fernando de la Rúa. Tristeza en la de Brasil.
Mientras los periodistas se dirigían al lugar principal para hablar con los seleccionados, preferí cambiar de aire, caminé por un pasillo unos metros y una gran puerta de vidrio a la derecha me condujo a un amplio patio balcón que daba a los magníficos jardines de un imponente edificio con vistas al lago. Era una tarde muy soleada y cálida, había que respirar un poco de aire fresco después de varias horas de encierro. Giro suavemente mi cabeza hacia la puerta y veo que aparece un solitario Pelé, apesadumbrado por la derrota sufrida. Supongo que también había salido a cambiar de aire. Nos miramos de lejos, nos fuimos acercando despacio hasta que quedamos cara a cara. Esos minutos fueron un viaje a mi niñez. ¡Sí!, era Pelé, ése que admiraba desde chico con los recuerdos inolvidables de sus goles en el Mundial de México de 1970; y ya de grande cuando Delem, mi vecino y amigo de toda la vida, me contaba sus anécdotas vividas cuando integró la Selección de Brasil en las preparatorias del Mundial de 1962. El mito estaba frente a mí, derrotado.
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Pelé no sabía que era periodista, quizás por mi corbata y saco le parecía alguien de la organización. Sabiendo del momento difícil que estaba viviendo, con todo respeto le pregunto si podía hacerle una entrevista para Argentina. Ahí cambió su actitud y gestualidad. Para mi sorpresa, con gran amabilidad me dijo que sí, que no tenía inconveniente, y entonces comenzamos una charla que duró algunos minutos, intensos, eternos. Recibí el primer impacto. Lamentó que Brasil no haya sido elegido, pero de inmediato empezó a hablar bien de la Argentina, de lo importante que era para Latinoamérica y el Mercosur que un país de la región pudiera competir como sede para las Olimpíadas y que esperaba que Buenos Aires pudiera ser elegida para los Juegos. A cada insistencia mía sobre cómo estaba viviendo la descalificación de Brasil, Pelé volvía a reiterar su apoyo a la Argentina con un optimismo que empezaba a contagiarme. Estaba conversando con “O Rei”, a escasos 30 centímetros, mirándonos a los ojos. El único sonido que captaban mis sentidos era su voz cálida y suave, y un perfecto español. Ese sueño despierto se rompió cuando el primer periodista abrió de golpe la puerta de vidrio y detrás de él se vino una bandada de colegas de todo el mundo que lo estaban buscando para saber su opinión por la derrota sufrida frente a la Argentina. Quedamos los dos rodeados y bajo esa presión humana y mediática. No pudimos seguir hablando en ese clima de intimidad que había compartido. Pelé, sin perder su semblante positivo, mantuvo su mensaje permanente de respaldo incondicional a la Argentina. Como si fuera el canciller de su país, a cada periodista le respondía lo mismo y en su idioma: inglés, francés, italiano. Atendió a todos sin excepción y luego su figura mediana y robusta se perdió detrás de los cristales.
Al otro día, volé de regreso a Buenos Aires. Llegando a la escala de San Pablo empecé a recibir llamados de periodistas amigos. Una foto de la agencia internacional Associated Press recorría el mundo con la imagen de Pelé y la mía como únicos protagonistas. Mi sorpresa fue mayor cuando en el aeropuerto abrí el diario Folha de S.Paulo y esa foto era la central de tapa del suplemento de deportes. No había sido un sueño. Había estado con Pelé. Y me enseñó que era mucho más que el jugador más grande de historia de Brasil, quien había cambiado el fútbol para siempre.
Claudio Negrete, Periodista.