Lo extraordinario nos alcanzó y se ha vuelto ordinario. Y aquellas cuestiones por las que luchamos para tornarlas extraordinarias como el discurso del odio, que durante tantos años desde la DAIA hemos combatido, se han vuelto ordinarias. Y si no es el discurso del odio es el discurso descalificatorio, banalizando la memoria, banalizando la tragedia.
Hace muchos años uno de mis tres hijos me preguntó cómo podía ser argentino, judío y de Boca. Se puede. Se puede porque somos argentinos e históricamente nos hemos cultivado en la diversidad. Argentinos somos todos los que escuchamos este relato. Otras pertenencias, adscripciones, adopciones o elecciones pueden ser voluntarias o históricas. Pero somos todos argentinos, hijos de esta bendita República, de pueblos originarios y de pueblos inmigrantes.
¿Qué nos pasó? Atravesamos una situación extraordinaria, intentamos todos poner un manto de solidaridad, o piedad sobre las diferencias con el otro. Nos sentimos juntos, dijimos que cuidarse es cuidarnos. Hicimos del singular una construcción plural. Sin embargo, a seis meses del comienzo de la tragedia sanitaria vuelve el discurso grosero, de combate.
Ese discurso descalificatorio, donde en muchísimas ocasiones para descalificar a otro que molesta hay que resignificarlo como nazi. Eso no está bien. Y otros sectores se hunden en los prejuicios usando lo judío y ser sionista como la descripción del mal absoluto.
Tenemos en nuestro ADN un sistema de alerta, transmitido de generación en generación. Esa alerta está sonando en nuestro país.
Desde la DAIA, una institución del tercer sector con un fuerte capital simbólico, pedimos y nos obligamos a hacer de nuestra República una construcción colectiva, donde los disensos tengan la entidad de la ideología y no del insulto. Si hay una lección que todos debemos aprender de la historia es que no tenemos que estar todos de acuerdo, pero tenemos que estar aquí para el otro.
SHANÁ TOVÁ UMETUKÁ
Un dulce año y por una Argentina sin odios.