Las nubes hinchadas del sur, rápidamente ennegrecieron. El aire se enfrió. Caprichos de mar. A Efemérides poco le importaba lo que dijeran de él. Solo quería que lo dejaran tranquilo. Su vida era una búsqueda. Con más pasado que futuro, no le interesaba lo material, tampoco su prestigio pese a las cartas que le llegaban desde hacía años desde diferentes partes del mundo en lenguas que desconocía, ni la insistencia infatigable de los periodistas. Era en la intimidad un hombre cálido y sencillo. Había luchado por su aislamiento y consiguió un modo de vivir que pocos entendieron. Fue cuando para saber más, necesito apartarse de una sociedad inhumana, después de cada pérdida que dejaron los hombres de verde. Y después de aquello en lo que cada uno se transformó, multiplicándolo. Él mismo no sabía quién era y moriría sin aprender lo suficiente. Antes de entrar a la casa miró el cielo otra vez. Supo que en poco tiempo alguien pediría verlo y no podría negarse. Y que sería la primera persona de una seguidilla de encuentros. También supo que por la madrugada siguiente, después de esa noche comenzaría en algún lugar del pueblo una situación insignificante que se saldría de control con una fuerza inusitada. Un accidente traería otros, hasta la primera muerte que llevaría a otras muertes.
Las imágenes de los últimos sueños, y las visiones de las vigilias no se le iban de la cabeza. Emiliano Sin Nombre como pueblo, tendría finalmente lo que elegía de manera desinteresada. Aprenderían alguna vez que todo desinterés, mata. Era la tercera ocasión que aparecía un antebrazo con la muñeca vendada, y la segunda vez que aparecían los colmillos, y una oscura camioneta acercándose. Seguirían otras visiones difíciles de interpretar. Cada día costaba más, mucho más, comprenderlas. Pero no eran buenas señales, las últimas noches intentó mantenerse en vela y cuando el cuerpo se quebró luego de tanto insomnio, los signos del último sueño fueron decisivos. Solo tenía que descifrarlos y encontrar el significado. Ya no podría detener lo que iba a ocurrir, y tampoco debía hacerlo.
Ahora regresaría a la cama un rato más, solo para abrazarla a ella. La necesitaba. Con el mate vacío en la mano caminó hacia la entrada de su casa en El Mirador de los Toldos. El primer trueno quebró el aire de la comarca. Todo pareció vibrar y las aves movieron los árboles al abandonarlos, dejando plumas en suspensión. Se detuvo antes de entrar para observar otra vez el cielo amenazante. Ennegrecido. Lo alcanzaron las primeras gotas pesadas. Escuchó la puerta mosquitero detrás, los dos perros ovejeros salieron para acomodarse a su lado, atentos.
La llovizna comenzó como desganada. Mataría o debería ordenar que lo hicieran. Le tembló la mano con la que sostenía el mate vacío. Olía muerte. Solo tenía que esperar.
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