En el adulto, los Reyes son la magia perdida. Y nos aferramos a lo que está dormido, dentro, sin dejar de ser aquellos mimos. Pasamos, sin alejarnos demasiado. Era empujar esa puerta. El asombro y la sorpresa derramados en un solo cuerpo de ansiedad primera. La espera inquieta, incesante. Y el amar sin restricciones, cuando un juguete nos convocaba a soñar despabilados esa luna, gateando vida por nosotros. Donde lo imposible ¿recuerdan? lo completaba cada amoroso espejismo. En alguna parte, el juguete nos pensaba.
Éramos sin saberlo actores aprendices ante cada madre, cada padre, cada mayor. Y si hoy no están, jamás se han ido. No necesito esforzarme para amar en cada Reyes, porque los niños desconocen la palabra “amar”, los niños, solo sienten.
YAYO HOURMILOUGUE