Cuando vi que estaban saliendo por el agujero y todos bastante sanos, no lo podía creer. ¡70 días ahí abajo! ¿De dónde sacaron tanta fuerza? ¿Cómo puede ser que tuvieran tanta fé, tanta confianza? ¿Por qué no se derrumbaron ni enloquecieron? ¿Cómo no se mataron entre ellos? ¿Y todos los que trabajaron desde afuera (me refiero a rescatistas, técnicos, profesionales y operarios) lo hicieron sólo por el dinero? ¿Los abrazos, las miradas, la emoción y la alegría eran para las cámaras? Yo no tengo respuesta. No puedo hablar de milagros ni de azar, casualidad o destino. Y les confieso algo: por mi propia tarea no puedo dejarme llevar por sentimientos ni emociones. Debo ser fría y no conmoverme ante situación alguna. En los últimos años fui testigo de muchos acontecimientos que conmovieron a los seres humanos. Debo admitir que reconocí solidaridades y entregas sinceras. En la vida corriente existen millones de verdaderos héroes anónimos que jamás son reconocidos ni entrevistados, gente sin cara ni voz. El mundo está lleno de injusticias que no me afectan debido a mi oficio. Sin embargo, esta vez me pasó algo raro, distinto. No lo puedo explicar. Llegó la cápsula con el último minero y casi-casi me emociono. ¡Sin darme cuenta, estaba sonriendo! ¡Me habían derrotado, me ganaron el partido y yo tenía ganas de intercambiar camisetas con ellos y gritar Chi-chi-chi, le-le-le!
(*) Afamado dramaturgo, autor, actor y director argentino de teatro, cine y Televisión.
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