Para ocupar las unidades que quedan;
me comenta el encargado; gorra en mano,
que hay que ingresar
en registro previos, en lista de espera.
Pero se sabe, eso, eso a veces se arregla.
La vereda es angosta y silenciosa,
amarilla, negra y blanca, senecta.
El sol la bombardea
sólo unos cuantos minutos de mañana.
El invierno se pega a los vidrios,
a estatuillas esmaltadas;
y las verjas son más frías,
más frías de madrugada.
Casi no se oyen voces,
solo el viento silba por los pasillos,
hace suyos los corredores.
_ A usted qué le gusta?_
ha preguntado el encargado.
_ A mi me gusta el mar y el fuego_
respondo, con desgano.
El me cuenta que aquí
la primavera llega remolona, despacio.
Que es benévola con todos,
cuando comienzan entre escombros,
a trepar los primeros,
o los últimos pastos.
Avanzo los corredores,
miro todo en detalle.
No me agrada tanto silencio.
Pájaros no quedan,
tampoco quedan árboles.
Tanta duda y misterio.
Sigo pensando en el mar y en el fuego; en Incucai.
Creo que aquí, no vive nadie.
Nunca me gustaron;
los cementerios.
29-09-91