Era extraño en él, como periodista, que estuviera mirándole los pies, y mirando las baldosas.
Esos zapatos negros, perfectamente acordonados.
Hasta que alzó la vista y observó ese pergamino de arrugas que tenía delante.
Las bolsas que contenían aquellos ojos entrecerrados, revelaban líquido tras los parpados, desde abajo.
Años.
Pero a veces revivían como un relámpago. Y eran de a momentos de una intensidad clara.Por ratos, de un color impreciso. Y estaban húmedos.
Disminuidos físicamente, acaso por el esfuerzo de pretender ver.
El hombre ya era mayor. Casi una gloria. Y aun sentado, no soltaba el bastón, recto desde sus pies. A veces lo inclinaba, y era allí donde apoyaba su mano derecha, suelta, mientras gesticulaba con la otra.
O a veces cruzaba los dedos de las dos manos, entrelazados sobre el mango alto. A la altura de su mentón ligeramente hacia arriba. Con el rostro levemente inclinado a un costado. Como ofreciendo el oído.
Miraba al vacío, explorando, y según había dicho, sus ojos le permitían alguna que otra figura borrosa.
– Entiéndame- Dijo el anciano- Imagínese….Imagínese Usted un jarrón.
-Sí. Respondió el periodista secamente.
-¿Cómo lo describiría? Preguntó el hombre, con esa mesura que la seguridad proporciona.
– ¡De barro! -Respondió el periodista.
– ¡No. No! …¡Dígame algo más!
– ¡Redondo….! – Jugó el periodista en un nuevo intento.
– Bien…. ¡Vamos mejor!
El periodista, aunque maduro ya, estaba extasiado. Y su vigor por aquel momento de a ratos lo delataba. Tenía para sí al hombre que muchos querrían tener en frente en ese momento.
Luego de segundos o minutos, el hombre lo sabía, el joven no, el anciano volvió a mover las piezas de aquel dialogo inesperado y casi casual.
– ¿Se lo imagina lleno o vacío?
– Lleno- Contestó el periodista.
– Vamos mejor! – Dijo el hombre, con una leve sonrisa, lo que ya era demasiado. Inmediatamente repreguntó.
– ¿Lleno de qué…..?
– ¡De agua..!
– ¡Correcto! Se entusiasmó el anciano, cambiando la posición del mango de su bastón entre las manos.
– ¡De agua!- repitió- ¡Entonces ahora hábleme de las dos cosas en forma simultánea! Pidió con una voz apagada pero eufórica. Una voz inmodulada, casi de disfonía crónica que había que saber interpretar.
El periodista pensó durante unos segundos. No podía evitar una sonrisa a partir de aquel juego que lo fascinaba. Pero por otra parte el anciano que tenía sentado allí delante, lograba amedrentarlo. Lo obligaba. Y el desafío, no sería eterno. Había que degustarlo.
Finalmente, el anciano explicó.
– No me hable de un jarrón, si no de «la redondez del agua”, eso mi amigo, eso es una metáfora.
Su mano derecha había abandonado el bastón, y se mantenía en el aire, al alcance del periodista, y los dedos arrugados delataban un formato de cuenca tembleque.
Luego se levantó con cierta dificultad, pero solo, sin ayuda alguna. Y se perdió entre las sombras de la trastienda del viejo teatro donde media hora antes, había dado una de sus conferencias.
– La redondez del agua…! La redondez del agua! – repitió el joven en voz baja, para sí.
Miraba las baldosas. Ya no estaban los zapatos.
– La redondez del agua….!
Invierno de 1984.
Dialogo entre Jorge Luís Borges y Gustavo Abú Arab (Periodista de Radio Del Plata).
YAYO HOURMILOUGUE.