El Tercer Sujeto, allí preso,
culpaba al Primero y al Segundo.
Pero comprendía. Era sabio.
Transparente. No contaba las horas,
vivía sus eterdías.
De un mundo diferente,
no contaba el tiempo.
Llevaba cerrojos indefensos,
Y una impulsividad filosóficamente
resignada.
Fabricaba del dormir los sueños.
El Segundo Sujeto
era la mitología de la duda.
Azabache pardos, sus sentidos,
Confundía favores con tortura.
De espejismos espirituales,
anudaba sentimientos,
al no conocer con plenitud
la naturaleza de su sexo.
Sabía de cuartos y quintos sujetos;
Pero poco hablaba con el primero,
y desconocía la mirada del tercero.
Se sabía sin sinceridad,
y un terror mordaz lo sorprendía.
Daba que hablar. Molécula helada
de todas las aguas; Se escondía en umbrales
de carne impenetrables.
El Primer Sujeto vagaba. Importaba
el aire, la voz, la tierra
y el fuego. El tacto.
El excusarse con Dioses. El movimiento.
Daba ritual a sus muertos. Inventaba mediciones.
Secaba la tierra. Y al no conectarse por burocracia
con quienes lo precedían, (o por impotencia)
se le fugaba el minutero
en hartas explicaciones.
Finalizado el sueño, se unían.
Debajo de todas las interpretaciones
y todos los soles,
los tres echaban a andar;
Metidos en el mismo hombre.