Un reciente estudio -abril 2023- llevado adelante por el COPUB (Centro de Opinión Pública de Universidad de Belgrano) puso en números lo que todos podemos percibir: la mayoría de las personas consultadas -casi el 60%- no se siente motivada a hablar de política, principalmente por el desinterés que le despierta. Tampoco desean informarse sobre el tema, ni mucho menos muestran especial inclinación por escuchar o ver debates electorales. El año en el que la democracia cumple 40 años desde su restitución, nos encuentra con el soberano cansado, hastiado y defraudado.
Existen infinidad de formas de analizar este fenómeno. Hoy me gustaría centrarme en dos de esas miradas, cada una en las antípodas del arco reflexivo. La primera la podemos llamar la del dedo acusador. En esta categoría entran los que aman relacionar las contradicciones supuestas de discursos políticos, y la de sus potenciales votantes, con la idea del error. Vamos a tomar un ejemplo.
Unos días atrás, Javier Milei visitó Tierra del Fuego donde fue recibido por lo que pareció ser un numeroso grupo de personas. El hecho podría no representar mucho más de lo que viene siendo una constante: el fenómeno Milei no para de crecer en todos los distritos, especialmente en el interior del país.
Sin embargo, tanto en redes como en algunos medios tradicionales, el hecho de que Milei fuera recibido con tanto fervor en esa provincia fue descripto como contradictorio. Como fiel opositor a las protecciones y regulaciones de la economía por parte del Estado y defensor, en contraposición, de la libertad de empresa, festejar la llegada de Milei se interpretó como celebrar la llegada de quien, al menos en teoría, estaría negando el principio fundante de la industria fueguina y su régimen de beneficios fiscales y aduaneros. Para estos observadores de la realidad, un simpatizante de Milei fueguino sería una especie de contradicción andante por no ser consecuente con sus propios intereses y los de su provincia.
Intentar analizar lo que representa Milei para una parte de la ciudadanía a partir de lo que éste no es, de lo que le falta y de sus aparentes contradicciones nos dice más de aquellos que lo analizan que del fenómeno en sí ¿Es acaso una contradicción que personas que en teoría se podrían ver afectados negativamente por un potencial gobierno de Milei celebren su llegada y se agolpan para escucharlo? Si partimos de pensar al votante como un autómata libre de sentimientos que se guía únicamente por estructuras racionales fijas, puede ser ¿Debemos, entonces, esforzarnos por entender la racionalidad del votante de Milei? Creería que enfocarnos en intentar encontrar una lógica en este tiempo de relatividades y de certezas vacías sería, más bien, intentar pensar lo que está sucediendo enfocándonos antes en lo que debería ser, o lo que nos gustaría que esto fuera, que en lo que en realidad es.
Si queremos acercarnos a entender lo que está sucediendo, recomendaría un segundo punto de partida para analizar el fenómeno. En este, las estructuras ideológicas y los marcos racionales del comportamiento ciudadano como condición previa a emitir un voto, no tienen mayor importancia. Porque, finalmente, al votante parece importarle poco y nada la logica o la razón cuando el mundo que está a su alrededor es incapaz de otorgarle ninguna certeza. Trabajo, seguridad, precios, valores, incluso la idea de verdad es relativa. La seguridad laboral es una quimera del siglo pasado; salir de tu casa, salís, ahora volver es otra cosa; pagar un mismo precio por un mismo producto es algo que ya se está midiendo en horas, ni siquiera en días; la idea del bien y el mal cambia tan rápido como pasar de un video de YouTube a otro y la verdad, en tiempos de inteligencia artificial, algoritmos y Fake News, es tan moldeable como un pedazo de plastilina.
En este contexto, la política que alguna vez prometió estabilidad, seguridad y una idea de futuro, hoy no es más que una acumulación de fracasos. Y desde ese presente es desde donde propongo pensar las identidades políticas y su búsqueda de representación. No miremos ni al candidato ni a sus propuestas o plataforma – ¿sigue existiendo algo así como una plataforma electoral? -, sino a la idea articuladora de todas las demandas insatisfechas que se conjugan a su alrededor. Las identidades políticas se volvieron menos ideologizadas porque una ideología establece los límites de lo permitido. Y hoy ya nadie piensa que una idea por sí misma puede transformar la realidad. Demandamos, en cambio, algo tan simple como soluciones a cuestiones básicas. Y como no las encontramos culpamos al sistema todo y a quienes lo representan, lo que nos lleva a una doble crisis, tanto de la política (las ideas que configuran el ser político), como de lo político (sus instituciones).
Lo que representa Milei, lo que une a jóvenes cursando el secundario, grupos nacionalistas, docentes de Chilecito, empleados industriales de Tierra del Fuego y expertos en criptomonedas, entre tantos otros, es el fracaso de la política en sí, el resquebrajamiento de la idea de que la existencia de un régimen político por sí mismo nos permitirá comer, curarnos y educarnos No hay demasiado interés en lo propositivo que pueda generar un candidato, prima antes el espanto que nos une ante lo que no funciona, el odio a un otro que representa al sistema fallido que nos excluye.
En estos 40 años las demandas han crecido hasta saturar y resquebrajar el sistema, ya sea por incapacidades propias o por el desgaste de un régimen incapaz de resolver con recursos finitos muy limitados y herramientas que corren detrás de las actualizaciones y transformaciones de la sociedad
¿Qué primará, entonces, en un contexto así, la capacidad que tenga un candidato en ofrecer un plan racional, sistemático e ideológicamente coherente o su capacidad de expresar y contener en sí mismo el descontento ante un sistema fracasado? Parece que incluso los políticos más históricos encuentran en la respuesta a estas preguntas la motivación para buscar un posicionamiento discursivo y electoral más cercano al antisistema. ¿Qué primará, entonces, en un votante, intentar mantener una coherencia ideológica, una racionalidad de intereses sectoriales, clasistas y/o personales, o su necesidad de expresar su descontento con el sistema todo y con las caras visibles de ese fracaso?
Todo es fugaz. Las constantes, las certezas y lo uniforme desaparecen. La política no es ajena a eso y, donde antes había convicciones, hoy hay meramente actos reflejos, movimientos instintivos que nos hacen migrar rápidamente de una idea a otra sin siquiera sonrojarnos, sin que nos avergüence lo espástico de nuestro comportamiento ni, mucho menos, lo ambulante del posicionamiento de nuestros representantes que parecen saltar como liebres lisérgicas de un lado para el otro persiguiendo las tendencias de un electorado igual de fluctuante. Poner el foco del análisis en las contradicciones aparentes, ya sea de candidatos como de sus posibles votantes, es fallar el análisis por el placer de señalar un error aparente. Centrarnos en las consecuencias del fracaso de la política tal vez sea el primer paso para reconstituirla. Porque, aun hasta el más recalcitrante anti político, sólo podrá gobernar mediante ella.
Pablo Dons, Director de la Licenciatura en Relaciones Internacionales y de la Licenciatura en Ciencia Política, Gobierno y Administración.